sábado, 25 de marzo de 2017

Argentina: cuarenta años de marcha de las Madres de Plaza de Mayo

Las madres y abuelas encabezan la bandera del “Nunca más” de millones de compatriotas, frente a las mayores atrocidades cometidas por el terrorismo de Estado.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

En abril de este año se cumplirán cuatro décadas de la primera marcha de las Madres en la Plaza de Mayo, cuando en aquel lejano último día de abril de 1977, cansadas de buscar respuestas sobre sus hijos desaparecidos, se plantaron en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sede del gobierno militar encabezado por el General Videla, aguardando una respuesta oficial sobre el destino de aquellos seres queridos que nunca vino. Eran poco más de una docena, circulando de a dos, conforme las prohibiciones impuestas por el estado de sitio, desafiando a la furia de la dictadura más sangrienta que hemos soportado los argentinos, dictadura que había irrumpido un año atrás, el 24 de marzo de 1976 y cuyas consecuencias, reclamaban aquellas valientes mujeres.

Durante tan prolongado período, las madres han sido un ejemplo de abnegada lucha para los argentinos y el mundo, espacio de tiempo en que la sociedad, como salida del infierno y los desplantes bélicos de un gobierno de terror, retomó la senda de la democracia, con todas las prevenciones, secuelas y miedos que dejó la dictadura, dado que el poderoso mecanismo de poder no pudo desarticularse con el retorno institucional, como tampoco eliminar las complicidades empresarias y de los grupos armados que, desde las sombras, seguían ejerciendo su poder económico y disuasorio.

Todo el esfuerzo logrado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas y los juicios a los responsables, durante el gobierno del presidente Raúl Alfonsín, fueron arrasados por la ley de punto final y obediencia debida dictada por su sucesor, Carlos Menem en los noventa. Época en que también los grupos económicos favorecidos por la dictadura hicieron de las suyas con las grandes empresas de servicios privatizadas, en un avance sin precedentes del mercado y un estado en franca retirada. Impunidad y desregulación iban de la mano, una situación que marcará una constante en los años venideros.

Tuvieron que pasar años y una crisis sin precedentes, para que, en el 2002, se declarara el 24 de marzo, día de la Memoria, verdad y justicia y, tres años más, durante el gobierno de Néstor Kirchner, para que fuera considerado no laborable.

Desde el año pasado, distintos funcionarios de gobierno han expuesto sus dudas sobre la cantidad de desaparecidos, cuando la estimación de 30 mil, es cosa juzgada. Volver sobre un tema del que ya se expidió la justicia y es reconocido por la comunidad internacional es coherente con la fallida declaración presidencial de fecha “móvil”.

Erosionar la memoria colectiva, es un intento para tender un manto de olvido sobre lo ocurrido en la última dictadura cívico militar de la que se beneficiaron los grandes empresarios, entre los que se encuentra la familia del presidente Macri y, los afectados, podrían reclamar usurpaciones.

También el espacio de la Plaza donde están pintados los simbólicos pañuelos blancos de las madres, donde siguen reuniéndose, fue invadido por vallas, colocadas por las autoridades de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en franca relación con las despreciables conductas negadoras de la gente de Cambiemos.

Por el contrario, en una muestra más de su coherencia y perseverancia, las madres y las abuelas siguen apoyando con su presencia los reclamos de las grandes manifestaciones populares, como sucedió esta semana con la multitudinaria Marcha Federal de los docentes nacionales, lo que pone de manifiesto nuevamente, que siguen siendo un ejemplo y un emblema de resistencia. Puesto que, para los mismos dirigentes su lucha contra la ferocidad de los militares y los cuarenta años en los que, jueves a jueves salieron a la calle, son el acicate para resistir en un enfrentamiento despiadado.

Porque convengamos, que aquellas ancianas, sufridas y luchadoras, aquellas madres que jamás claudicaron en su búsqueda de verdad y justicia, son la muestra más evidente de una lucha desigual y despiadada, entablada por los más débiles, los desclasados, los trabajadores, jubilados, las clases medias y los nadie, contra los poderosos de siempre, con aquellos que, dueños de los medios, de las grandes empresas y de los distintos niveles de gobierno, avalados por las urnas, intentan sepultar decenas de años de conquistas sociales.

Las madres y abuelas encabezan la bandera del “Nunca más” de millones de compatriotas, frente a las mayores atrocidades cometidas por el terrorismo de Estado, el aniquilamiento de sus jóvenes y dirigentes más progresistas, la cerebral destrucción del aparato productivo concentrado en las pequeñas y medianas industrias, la transnacionalización de la economía, el mayor endeudamiento externo, el enriquecimiento financiero de una lacra especuladora y, sobre todo, del desgranamiento social irrecuperable que dejó a millones de argentinos bajo la línea de la indigencia de la que no pudieron salir más, fuente de males sociales endémicos en el país.

Los beneficiarios de aquella época desgraciada, los cómplices embozados que se paseaban o participaban en reuniones con la cúpula militar, siguen alimentando un ideario exclusivo, sectario, de privilegios de casta, aunque disfracen y simulen su accionar de democrático y, como entonces, desearían hacer borrón y cuenta nueva. Pero no pueden ni podrán, la memoria activa está presente en las calles, en la escuela y las universidades públicas, en los barrios y en las villas a lo largo y ancho del país, en las multitudes que cotidianamente reclaman por sus derechos, en el espíritu de un pueblo que se ha levantado una y mil veces de las cenizas. 

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